PUNTOS DE VENTA
En www.puertadetannhauser.es. Lo envían a cualquier lugar de España sin gastos de envío y a la Unión Europea.
Librería Café La Puerta de Tannhauser. Plasencia (Cáceres)
Librería La rosa de papel. Malpartida de Plasencia (Cáceres)
Librería Espronceda. Malpartida de Plasencia.
Librería Neruda. Moraleja (Cáceres)
Librería Multitienda Tomás Berrocal. Valencia de Alcántara (Cáceres).
PRECIO: 11 EUROS
CARACTERÍSTICAS: Novela de misterio y ciencia ficción.
165 páginas. Tapa blanda.
PRÓLOGO DEL AUTOR
Construimos la realidad, Vico lo
dijo: «verum ipsum factum»
—la verdad es hacerlo—,
y lo hacemos sin darnos cuenta, y pareciera luego que siempre hubiera estado
ahí, construyéndonos ella a nosotros, y, después de haberse elevado socialmente,
nos perturba a través de sus metas. Tiene así el Hombre que adaptarse luego a
su propia criatura, llamada ahora con etiqueta
ajena (triunfo, estatus, capital...), perversa, irreconocible coloso al que alcanzar sin sentido, y en esa
engañosa propuesta no habría de ser sino la memoria la que deba, aunque
desfigurándola, conservar dicha realidad ajena, como obligación de
supervivencia, cuando insisto, fue en su origen por nuestra mente construida,
desarrollada su historia como la terrible narrativa de la vida, como un libro.
Y si Epicteto ya lo dijera «no
son las cosas en sí las que nos preocupan, sino las opiniones que tenemos de
ellas» cabría pensar que no son las cosas en sí las que nos gustan,
sino las representaciones que tenemos de ellas. Sería pues labor social librar
al hombre del falaz objetivismo para con la realidad, esa realidad tan pacata
sin el Hombre, pero a la cual éste parece hoy día deberse, y si no es la
sociedad la que ayude sino al contrario, como así parece, será tarea de uno
mismo conocerse, combatir las ideas alienantes con otras menos establecidas,
descifrar las gotas vertidas en la coctelera del alma cuando uno, en su
descuido, la dejó olvidada al ir al baño, y que tanto pueden llegar a perturbar
que ahora me recuerdan la anécdota del decimonónico cabalista español, Joseph
Ben Abrahanm Gikatilla, cuando, al ver que por broma su discípulo le arrojaba
vitriolo en el tintero, se volvió a él con calma para decirle «ten
cuidado, porque podrías destruir el mundo».
(A continuación un fragmento del comienzo del primer capítulo)
EL
GRUPO DE INVESTIGACIÓN
EN UN ESCENARIO DONDE LA CERTEZA APARENTE importa
menos que lo impreciso de un mundo más decisorio, el del psiquismo, las farolas
de no se sabe qué fachadas iluminaban la fantasía veraz de un cielo sin
apariencia en 2009, en Madrid. Con ojos presurosos, los viandantes mal
escondían el miedo de unas portadas. Era el segundo cuerpo que amanecía
suspendido en un punto del cielo, sus pies apoyados en el vacío y una soga
uniéndole el cuello al de una risueña gárgola. Sin duda, un conjunto más crudo
y menos literario que los designios de Francois Villón. Sin saber nadie por qué
ni qué escribían, los diarios desvelaban de ambos que tenían por oficio la
pluma.
Los aledaños de las facultades de
periodismo, recogiendo un invierno antiguo en sus jardines, bruñían palabras
espantadas como corrillos de palomas acerca del suceso. En su interior, el
suelo levantaba su historia de sabiduría por dilucidar un motivo, y ahí comenzó
todo. Un todo que no se redujo a desenmarañar los entresijos de los crímenes,
sino al descubrimiento de subterfugios de un mundo más allá de todo lo conocido
y, por supuesto, de todo crimen.
El más aventajado en dicho cometido
hubo de llamarse Álvaro Martín. Ningún probabilista sabría explicar por qué
habría de ser él, ya que nadie destacaba en la miscelánea del grupo. Desde la
baratería que la psicometría es para la mente, Álvaro era un chico al que
llamaríamos normal, pero resultó que, durante unos meses, su frente ensortijada
de enigmas se adelantó a toda pesquisa policial. Se desmarcó de un trabajo en
grupo titulado «Escritos que matan», del que nadie sabía exactamente su
finalidad, pero cuyo origen fueron los trágicos sucesos. Por esa comisión de
trabajo itinerante desfilaron obras que en su día inspiraran variopintos
crímenes, algunos de ellos cometidos en nombre de escrituras religiosas e
ideológicas, así también novelas como El
nombre de la rosa o El guardián entre
el centeno, que indujo a actuar al asesino del ex Beatles. Cabría añadir
películas más recientes, como El libro de
Eli, cuya ficción contiene personajes que matan por la obtención de un
libro, en este caso, la
Biblia.
El grupo de trabajo estaba liderado por
un profesor al que algunos alumnos llamaban «el Memo»
y se llamaba Jaime. El Memo pretendía
iluminar cada coloquio con sapiencia magistral; cuando no abrumaba con su
egiptología, lo hacía con un bizarro carrusel de citas y contrapuntos
filosóficos. A Álvaro, llegado el punto, todo aquello le resultaba una estéril
galerada de superchería que conducía únicamente a no salir de allí, de la
figura del Memo. Por otro lado, lo que la prensa vertía como avances
policiales, transcurridos ya cuatro meses del citado ahorcamiento, eran
insignificancias: que si debía tratarse de la misma persona, que si rastreaban
la pista de alguien obsesionado con los periodistas... Hablaban también de un
tipo cuya imagen hubiese sido denostada por estos y ahora pretendiera venganza.
Esas y otras zarandajas más o menos fugaces era cuanto había de luz.
(A continuación, el capítulo dos)
(A continuación, el capítulo dos)
HAO
XIN
A TAN SOLO VEINTICUATRO HORAS de que la precisión y la
velocidad se enfrenten al ilusionismo y la fábula, el hombre de goma despierta
en el imperio de la disciplina. Allí, la tercera fuerza fáctica del país recibe
onomatopéyicamente el nombre de dos chasquidos de tiempo: ping pong. Esas
mismas veinticuatro horas separan a 1.008.175.288 seguidores de la pequeña
pantalla para presenciar la final en directo.
Fuera de allí, las palabras Hao Xin
podrían reducirse al espontáneo nombre inventado por dos niños que juegan alargándose
los ojos con los dedos, pero en China obedecen al nombre de un héroe. Por
tercer año consecutivo, pone a sus pies el deporte nacional —como el fútbol es a Brasil— y la nación recompensa a su ídolo elevándolo
sobre los neones que escarpan las principales avenidas de Pekín, de Shangai, de
Hangzhou, de Hong Kong o de la fría Harbin.
Con sus palmas hacia el techo,
visualiza el día que le espera; las gira luego para impulsarse de la cama. Sus
pies deben un primer contacto a una alfombra energética, pues serán estos el
origen de todos sus impulsos nerviosos a lo largo del día, del látigo que ha de
ser su cuerpo. Hora y media le separan de presentarse en su propio centro de
alto rendimiento, pero la jornada ya ha comenzado antes de vestirse. Estira los
músculos, examina su mirada, desayuna variado y abundante. Sus rivales hacen lo
propio desde que cumplió cinco años, sin embargo con este todo será distinto,
lo cual le inquieta más. Las constantes vitales se las toma un médico en su
propia casa. «Está usted como un tigre, campeón».
Durante el trayecto, la música del Ferrari es la seleccionada por un equipo de
psicólogos. En el centro le espera la leyenda viva que es su entrenador,
capacitado para recordarle cómo mirar y qué ver. Desenvuelve el equipamiento y
lo ajusta a su cuerpo con rutina milimétrica; todo ha de simular el día de
mañana. El sparring así lo hará con cada uno de los golpes calcados del otro
finalista. Hoy la sesión será algo más corta, por debajo de las ocho horas.
Como en una final anticipada, el árbitro anunciará que el título mundial está
en juego; el simulacro ha de ser exhaustivo. De la mochila grabada con sus
iniciales, bajo la silueta de su cara, extrae su bien más preciado y lo
calienta por unos segundos con el vapor de su boca; además de otro ritual de
seguridad, es una buena manera de empezar a calentar las gomas de la raqueta.
En breve, las esquinas de la mesa de
juego serán salpicadas de un sudor concentrado. Él mismo las seca con el
reverso de una selectiva toalla, también con su nombre matemáticamente grabado.
Las manos ya han entrado en calor y los golpes se ejecutarán según lo previsto.
Aunque la saliva es la propia de la antesala de una gran cita, ha sido
instruido en la victoria y sabe qué hacer con esa saliva. Se mira las zapatillas,
primero la izquierda, se pone de puntillas y da tres pequeños saltos sacudiendo
tensión desde los tobillos. Los brazos los deja caer y los cimbrea como haces
de cuerdas flojas mientras mentalmente se traslada a su paraje favorito. Allí
las flores acogen una plácida fuente conquistada por la luz. Enseguida esa luz
traza la elipse del vuelo de la pelota, de la que ya no se apartará hasta
ocupar la silla de un descanso. Solo hay que seguir su estela y no perderla, solo
hay que seguir su estela.
La pequeña esfera ya está en juego. El
ojo es el rigor de su luz y no el de su sombra. Mañana, cuando todo termine y
la báscula compruebe el líquido que ha perdido, oirá a su médico decir «enhorabuena,
ha vuelto a conseguirlo, campeón, sin duda es usted el más grande».