domingo, 10 de mayo de 2015

EL LIBRO SIN DUEÑO



 PUNTOS DE VENTA
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Librería Neruda. Moraleja (Cáceres)
Librería Multitienda Tomás Berrocal. Valencia de Alcántara (Cáceres).

PRECIO: 11 EUROS

CARACTERÍSTICAS: Novela de misterio y ciencia ficción.
165 páginas. Tapa blanda.

PRÓLOGO DEL AUTOR

Construimos la realidad, Vico lo dijo: «verum ipsum factum» la verdad es hacerlo, y lo hacemos sin darnos cuenta, y pareciera luego que siempre hubiera estado ahí, construyéndonos ella a nosotros, y, después de haberse elevado socialmente, nos perturba a través de sus metas. Tiene así el Hombre que adaptarse luego a su propia  criatura, llamada ahora con etiqueta ajena (triunfo, estatus, capital...), perversa, irreconocible coloso al que alcanzar sin sentido, y en esa engañosa propuesta no habría de ser sino la memoria la que deba, aunque desfigurándola, conservar dicha realidad ajena, como obligación de supervivencia, cuando insisto, fue en su origen por nuestra mente construida, desarrollada su historia como la terrible narrativa de la vida, como un libro. 


Y si Epicteto ya lo dijera «no son las cosas en sí las que nos preocupan, sino las opiniones que tenemos de ellas» cabría pensar que no son las cosas en sí las que nos gustan, sino las representaciones que tenemos de ellas. Sería pues labor social librar al hombre del falaz objetivismo para con la realidad, esa realidad tan pacata sin el Hombre, pero a la cual éste parece hoy día deberse, y si no es la sociedad la que ayude sino al contrario, como así parece, será tarea de uno mismo conocerse, combatir las ideas alienantes con otras menos establecidas, descifrar las gotas vertidas en la coctelera del alma cuando uno, en su descuido, la dejó olvidada al ir al baño, y que tanto pueden llegar a perturbar que ahora me recuerdan la anécdota del decimonónico cabalista español, Joseph Ben Abrahanm Gikatilla, cuando, al ver que por broma su discípulo le arrojaba vitriolo en el tintero, se volvió a él con calma para decirle «ten cuidado, porque podrías destruir el mundo».



(A continuación un fragmento del comienzo del primer capítulo)



EL GRUPO DE INVESTIGACIÓN

EN UN ESCENARIO DONDE LA CERTEZA APARENTE importa menos que lo impreciso de un mundo más decisorio, el del psiquismo, las farolas de no se sabe qué fachadas iluminaban la fantasía veraz de un cielo sin apariencia en 2009, en Madrid. Con ojos presurosos, los viandantes mal escondían el miedo de unas portadas. Era el segundo cuerpo que amanecía suspendido en un punto del cielo, sus pies apoyados en el vacío y una soga uniéndole el cuello al de una risueña gárgola. Sin duda, un conjunto más crudo y menos literario que los designios de Francois Villón. Sin saber nadie por qué ni qué escribían, los diarios desvelaban de ambos que tenían por oficio la pluma.

         Los aledaños de las facultades de periodismo, recogiendo un invierno antiguo en sus jardines, bruñían palabras espantadas como corrillos de palomas acerca del suceso. En su interior, el suelo levantaba su historia de sabiduría por dilucidar un motivo, y ahí comenzó todo. Un todo que no se redujo a desenmarañar los entresijos de los crímenes, sino al descubrimiento de subterfugios de un mundo más allá de todo lo conocido y, por supuesto, de todo crimen.

         El más aventajado en dicho cometido hubo de llamarse Álvaro Martín. Ningún probabilista sabría explicar por qué habría de ser él, ya que nadie destacaba en la miscelánea del grupo. Desde la baratería que la psicometría es para la mente, Álvaro era un chico al que llamaríamos normal, pero resultó que, durante unos meses, su frente ensortijada de enigmas se adelantó a toda pesquisa policial. Se desmarcó de un trabajo en grupo titulado «Escritos que matan», del que nadie sabía exactamente su finalidad, pero cuyo origen fueron los trágicos sucesos. Por esa comisión de trabajo itinerante desfilaron obras que en su día inspiraran variopintos crímenes, algunos de ellos cometidos en nombre de escrituras religiosas e ideológicas, así también novelas como El nombre de la rosa o El guardián entre el centeno, que indujo a actuar al asesino del ex Beatles. Cabría añadir películas más recientes, como El libro de Eli, cuya ficción contiene personajes que matan por la obtención de un libro, en este caso, la Biblia.

         El grupo de trabajo estaba liderado por un profesor al que algunos alumnos llamaban «el Memo» y se llamaba Jaime. El Memo pretendía iluminar cada coloquio con sapiencia magistral; cuando no abrumaba con su egiptología, lo hacía con un bizarro carrusel de citas y contrapuntos filosóficos. A Álvaro, llegado el punto, todo aquello le resultaba una estéril galerada de superchería que conducía únicamente a no salir de allí, de la figura del Memo. Por otro lado, lo que la prensa vertía como avances policiales, transcurridos ya cuatro meses del citado ahorcamiento, eran insignificancias: que si debía tratarse de la misma persona, que si rastreaban la pista de alguien obsesionado con los periodistas... Hablaban también de un tipo cuya imagen hubiese sido denostada por estos y ahora pretendiera venganza. Esas y otras zarandajas más o menos fugaces era cuanto había de luz.

(A continuación, el capítulo dos)

 HAO XIN

A TAN SOLO VEINTICUATRO HORAS de que la precisión y la velocidad se enfrenten al ilusionismo y la fábula, el hombre de goma despierta en el imperio de la disciplina. Allí, la tercera fuerza fáctica del país recibe onomatopéyicamente el nombre de dos chasquidos de tiempo: ping pong. Esas mismas veinticuatro horas separan a 1.008.175.288 seguidores de la pequeña pantalla para presenciar la final en directo.
         Fuera de allí, las palabras Hao Xin podrían reducirse al espontáneo nombre inventado por dos niños que juegan alargándose los ojos con los dedos, pero en China obedecen al nombre de un héroe. Por tercer año consecutivo, pone a sus pies el deporte nacional como el fútbol es a Brasily la nación recompensa a su ídolo elevándolo sobre los neones que escarpan las principales avenidas de Pekín, de Shangai, de Hangzhou, de Hong Kong o de la fría Harbin.
         Con sus palmas hacia el techo, visualiza el día que le espera; las gira luego para impulsarse de la cama. Sus pies deben un primer contacto a una alfombra energética, pues serán estos el origen de todos sus impulsos nerviosos a lo largo del día, del látigo que ha de ser su cuerpo. Hora y media le separan de presentarse en su propio centro de alto rendimiento, pero la jornada ya ha comenzado antes de vestirse. Estira los músculos, examina su mirada, desayuna variado y abundante. Sus rivales hacen lo propio desde que cumplió cinco años, sin embargo con este todo será distinto, lo cual le inquieta más. Las constantes vitales se las toma un médico en su propia casa. «Está usted como un tigre, campeón». Durante el trayecto, la música del Ferrari es la seleccionada por un equipo de psicólogos. En el centro le espera la leyenda viva que es su entrenador, capacitado para recordarle cómo mirar y qué ver. Desenvuelve el equipamiento y lo ajusta a su cuerpo con rutina milimétrica; todo ha de simular el día de mañana. El sparring así lo hará con cada uno de los golpes calcados del otro finalista. Hoy la sesión será algo más corta, por debajo de las ocho horas. Como en una final anticipada, el árbitro anunciará que el título mundial está en juego; el simulacro ha de ser exhaustivo. De la mochila grabada con sus iniciales, bajo la silueta de su cara, extrae su bien más preciado y lo calienta por unos segundos con el vapor de su boca; además de otro ritual de seguridad, es una buena manera de empezar a calentar las gomas de la raqueta.
         En breve, las esquinas de la mesa de juego serán salpicadas de un sudor concentrado. Él mismo las seca con el reverso de una selectiva toalla, también con su nombre matemáticamente grabado. Las manos ya han entrado en calor y los golpes se ejecutarán según lo previsto. Aunque la saliva es la propia de la antesala de una gran cita, ha sido instruido en la victoria y sabe qué hacer con esa saliva. Se mira las zapatillas, primero la izquierda, se pone de puntillas y da tres pequeños saltos sacudiendo tensión desde los tobillos. Los brazos los deja caer y los cimbrea como haces de cuerdas flojas mientras mentalmente se traslada a su paraje favorito. Allí las flores acogen una plácida fuente conquistada por la luz. Enseguida esa luz traza la elipse del vuelo de la pelota, de la que ya no se apartará hasta ocupar la silla de un descanso. Solo hay que seguir su estela y no perderla, solo hay que seguir su estela.
         La pequeña esfera ya está en juego. El ojo es el rigor de su luz y no el de su sombra. Mañana, cuando todo termine y la báscula compruebe el líquido que ha perdido, oirá a su médico decir «enhorabuena, ha vuelto a conseguirlo, campeón, sin duda es usted el más grande».